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AÑO 1.627
Tiempo del Roble
Lena temblaba, agitada con violentos espasmos en la vorágine de sus sueños.
Aquellas llamas siniestras rompían el día, al mismo tiempo que abrasan su piel. Su largo pelo se deshacía mientras el humo ardiente y ascendente, abrasaba su garganta quemando sus pulmones, quebrando su respiración.
Sus ojos se hinchaban lentamente, estallando y sumergiéndola en una espantosa oscuridad, sin que el alivio de una muerte rápida acudiera en su ayuda.
El cuerpo de Lena se descomponía lenta, terroríficamente, atrapada en el marasmo de aquella muerte atroz.
En el clímax de aquella pesadilla, un grito incontenible, visceral, brotó de su garganta, despertando a su hija Nieves, que dormía a su lado en el suelo.
Lena se incorporó, mirando con ojos salvajes a su alrededor, cual animal acorralado sin alternativas, mientras sus sienes se perlaban de sudor.
Una fiera enfrentada a la certeza de su muerte.
La negrura de la noche envolvía al hayedo que cercaba su cabaña, entre los restos de nieve que tapizaban la tierra aquí y allá, un testimonio silencioso del pasado invierno, mientras las fayas engendraban sus hojas primerizas, de color verde resplandeciente, en aquella Primavera incipiente.
Quebrando el profundo silencio que las envolvía, el aullido penetrante del cárabo llegó hasta sus oídos.
Con manos trémulas, Lena encendió una tea con los restos de la fogata que calentara el interior de su morada a lo largo de la noche.
Año 1.610
Desde el año 1.598 la peste negra comenzaba su penetración en la península Ibérica a través de los puertos cantábricos. A lo largo de unos tres años, su zarpazo siniestro azotaría a casi toda la península, aunque afectando con menor virulencia a las zonas marítimas mediterráneas, en un episodio lento y luctuoso que se cobró la vida de alrededor de medio millón de personas
Tal evento mundano no importaba demasiado a la cabeza gloriosa del imperio, Felipe III, quien apartándose de las vulgares y tediosas tareas de gobierno, se dedicaba plenamente al goce de los placeres terrenales. Por su parte, su valido Francisco de Sandoval, el Duque de Lerma, se entregaba, no menos afanosamente, a la ardua y noble tarea de enriquecerse lo más posible a cuenta de las arcas públicas.
En general, un denominador común, intemporal e ininterrumpido, de la clase política gobernante que compite ardorosamente por ello, a despecho de creencias e ideologías.
En un proceso paralelo, un cuerpo de funcionarios relativamente eficaz bajo el reinado de Felipe II se degradaba paulatinamente.
Peores eran aún las circunstancias imperantes allende de los Pirineos, en donde guerras, persecuciones religiosas y enfermedades, enmarcaban el panorama social del occidente europeo. Sin embargo, envueltos en el ritmo propio que conlleva el aislamiento, todas estas coyunturas se diluían en la mayor parte de las zonas que constituían la geografía hispana.
Al Norte de la península, en un rincón remoto y aislado de las Asturias occidentales, en la región que los romanos conocieran como las tierras del medio, se asentaba un valle irregular y accidentado, con orientación Norte–Sur.
Germinando a lo largo del Invierno, la escanda y el centeno les brindaban su pan, y las mismas tierras acogían, después de la cosecha de estos cereales, a las judías, garbanzos y lentejas que, con las berzas en cosecha continua, eran la base de sus alimentos cotidianos.
Pero su alimentación preferida era la carne
Sus vacas se reservaban para la leche y crianza, por lo cual apenas las consumían, excepto en ocasiones especiales. A lo largo del año, la matanza del cerdo que tenía lugar a las puertas del invierno, constituía su dieta habitual, con alguna oveja o gallina, acompañando al pote de berzas.
La caza les proporcionaba más proteínas animales, aunque representaba un aporte irregular. Por un lado, su captura no era fácil; por otro la climatología, imponiendo sus condiciones como sucedía a lo largo del invierno, pesaba negativamente en las posibilidades de su caza.
Los pequeños y tímidos corzos abundaban en los bosques, como igualmente los hoscos y peligrosos jabalíes. Mucho más difíciles de cazar, los nerviosos rebecos se enseñoreaban de las zonas montañosas más escarpadas y accidentadas, en cuyas alturas hallaban fácil resguardo de los predadores terrestres, aunque no de los aéreos, pues la poderosa águila real no tenía problemas para cazarles en aquel hábitat tan problemático.
Los grandes venados abundaban igualmente, aunque su instinto y corpulencia les convertía en presas de difícil captura.
La dieta de los montañeses, bastante repetitiva, conllevaba deficiencias de minerales y vitaminas, con lo que consecuentemente, las enfermedades derivadas de estas carencias eran normales.
La pelagra, el bocio, la escrófula y la mortífera tisis no dejaban de cernirse sobre ellos. Más raramente, también la viruela podía
Ahora sin embargo, al ver llegar a aquellas gentes a Somiéu, Diego presintió que las complicaciones se acercaban con ellos.
El pequeño grupo, bajo las órdenes de Fabio, un soldado desgarbado y rudo, acompañaba a Tristán, un sacerdote comisionado por el obispo de Uviéu.
En la reclusión de aquellos retirados parajes, Diego ignoraba una serie de acontecimientos que, acaeciendo en las lejanas tierras navarras, comenzaban a alterar la Historia de la península ibérica.
Aquellos eventos marcaban el comienzo de la modificación del status quo de indolencia, de alejamiento, imperante en la Iglesia y el Estado con respecto a las tradiciones paganas, especialmente fuertes e imperantes en el mundo rural Cantábrico.
Zugarramurdi
Desde un año antes, una inusitada cantidad de gentes circulaban por los caminos que se dirigían hacia los Pirineos, para cruzar las montañas que les llevarían a las tierras francesas, en busca de una seguridad más deseada que real.
Al menos para el Santo Oficio en especial, y para el Estado en particular, las tierras norteñas asentadas al Suroeste de los Pirineos occidentales, de población mayoritariamente vasca, se hallaban azotadas por una ola de brujería sin precedentes.
Desde la mágica sierra de Aralar, colmada de bosques y dólmenes, hasta las ancestrales cuevas de Zugarramurdi, las manifestaciones sociales procedentes de las culturas primitivas se enfrentaban cada vez más a la oposición de una iglesia católica ansiosa tanto de incrementar su poder como de imponer sus doctrinas sobre quienes seguían tales tradiciones.
Aquí, las aldeas no se encontraban tan remotas y aisladas como en el occidente cantábrico.
unen a él para obtener poder y hacer el mal.
La más absoluta estupefacción se reflejaba ya claramente en todos los montañeses.
- A partir de ahora, todas las costumbres y celebraciones que contravengan y desobedezcan los mandatos de la Santa Iglesia quedan prohibidas, y serán perseguidas implacablemente. Tened la seguridad de que, a partir de ahora, el peso de la ley caerá sin piedad sobre quienes asistan a esas fiestas paganas…y en especial sobre quienes las dirigen… curanderas y curanderos, quienes son realmente brujas y brujos. La lucha contra el aborrecible diablo, ese ser maligno causante de las desgracias que asolan nuestras tierras, será implacable y, con la ayuda de Dios nuestro señor, tened la seguridad de que no escatimaremos esfuerzos para imponernos y ganar esa batalla …
Fabio, visiblemente impaciente y enojado con el balbuceante discurso de Diego, interrumpió desabridamente al cura, adelantándose unos pasos para intervenir.
- ¿ Quién es vuestra curandera ?
Ante su pregunta, todos los congregados se miraron perplejos entre sí.
- No quiero volver a repetir mi pregunta – ahora su tono era claramente
Una mujer de facciones agradables, pelo negro y estatura mediana, de unos 50 años se adelantó unos pasos, con una sombra de temor asomando a sus ojos verdes.
- Yo soy …
Antes de que pudiera proseguir, Fabio se acercó a ella, agarrándola del brazo para arrojarla con fuerza al suelo y poner su sucia bota sobre su cara.
generaciones, difícilmente podrían desvanecerse, aunque pesara sobre ellos la coacción, la amenaza de la fuerza.
Lucinda intervino ahora, aunque su desgana era patente.
- Pero a pesar de todo … parece evidente que nos vemos obligados a actuar … ¿ qué pasará conmigo ? … aunque lo que ahora digo sea forzada por las circunstancias, lo que no quiero es ser una amenaza para vosotros …
Aquellas palabras consiguieron que la realidad del presente retornase a sus compañeros, aunque la desgana de estos era pareja a la de la curandera.
Lucinda, su curandera, no podía continuar entre ellos… Pero como un miembro más, Lucinda era querida, más aún, la
necesitaban. Fuera de las poblaciones más importantes, imperaba una ausencia total de médicos, por lo que las curanderas y curanderos eran las únicas personas que prestaban los servicios médicos en su entorno, a sus gentes.
El mundo rural dependía de ellas y ellos completamente, de su amplio conocimiento del mundo vegetal, que proporcionaba la base de los remedios conocidos contra las enfermedades que les afectaban. Todo ello realzaba la necesidad de los poblados y aldeas con respecto de aquellas personas.
Con una importancia especial para la población femenina.
Para estas mujeres las curanderas, con su saber ancestral, sus remedios y medicinas, constituían la única alternativa para paliar o solucionar sus problemas específicos, sus enfermedades.
- Me resulta imposible pensar, y mucho menos a forzarte a que vivas apartada de nosotros … no puedo imaginarte sola en una cabaña, en medio del monte y en pleno Invierno – musitó
Sus palabras conseguían que todos sintieran un escalofrío recorriendo sus cuerpos.
nadie de fuera del poblado donde se ocultaba Lucinda, asentía sin dudar.
Con 1,6 metros de estatura, Lena era una muchacha esbelta.
Sus vivos ojos verdosos presidían una pequeña nariz y unas facciones bonitas, con una cara atezada que reflejaba el inequívoco sello de la vida al aire libre, al viento y al Sol. Poseía una brillante, espléndida cabellera negra, que alcanzaba su cintura, y sus piernas, apropiadas para aquellas montañas, eran musculosas y fuertes.
Curiosa y vital, sentía una atracción instintiva hacia Lucinda y sus actividades, con la cual pasaba largos ratos. Normalmente, obtenía más respuestas a sus continuas preguntas de ella que de sus padres, por lo que poco a poco, en comparación a sus gentes, su saber se iba incrementando espontánea y fácilmente.
Solía ingeniárselas para estar a su lado cuando atendía a alguna persona enferma y, en especial, le encantaba acompañarla cuando recorría las montañas cercanas al poblado, en busca de las hierbas, hongos, líquenes, etc., que constituían la base de las medicinas aplicadas por Lucinda en sus tratamientos.
Así, paulatinamente, Lena se adentraba en el fascinante mundo del conocimiento, de la ciencia que generaciones de mujeres y hombres habían brindado al mundo, depositándolas posteriormente en sus descendientes, en sus acólitos.
Por medio del complicado y arriesgado método de la prueba y del error, el género humano se había adentrado poco a poco en el accesible pero misterioso reino vegetal, que allí se mostraba ubérrimo a su alrededor.
Espontáneamente, Lena se había involucrado cada día más en aquel mundo apasionante, pero ahora, repentinamente, se cortaba su comunicación diaria, rutinaria con Lucinda.
- ¿ Qué te sucede, Lucinda ? – preguntó Luís, tragando saliva penosamente.
Un nudo atenazaba la garganta de la mujer, imposibilitada de responder, de articular palabras.
Pero contemplando las lágrimas brotar de sus ojos, los espasmos que embargaban su cuerpo, el mensaje de su desesperación penetró en todos ellos, y un silencio cortante les invadió.
Ante su desesperada llamada de compañía, de protección, sobraban las palabras.
Era un grito de ayuda, de apoyo, y ante aquella necesidad tan profundamente arraigada en sus corazones, solo cabía la respuesta de la fuerza de la solidaridad.
El estigma de su voluntad, el pozo de sus razones, se rompían ante la visión de las dos mujeres abrazadas, ante aquella unión que pregonaban.
- Yo … no soporto más esta soledad, soy incapaz de vivir así, como un animal … lejos de vosotros …- Lucinda conseguía balbucear a duras penas.
- Por favor – exclamó Lena – , esto es inhumano, no podemos tolerar que nadie nos imponga esta situación. Lucinda es una de nosotros, nos ayuda, tenemos que acogerla, ocultarla si es preciso, pero que vuelva de nuevo a la aldea …
Rodeados por la negrura de la noche, la fina lluvia empapaba sus caras y sus ropas, brindando la imagen de una reunión fantasmagórica bajo las teas, mientras que el lejano y prolongado aullido de un lobo, pregonando a las montañas el orgullo de su libertad, estremecía sus cuerpos.
- Es cierto – apoyó Gema, abrazando también a su amiga – , sin Lucinda las enfermedades nos corroerían …y el pago que le damos es la separación, el aislamiento, somos muy injustos con ella …
Tiempo del Serbal EL VACIO
La negrura del segundo Invierno fuera de Nevares atenazaba a Lucinda.
Implacable, la angustia de la disolución se cernía sobre ella, forzada sin alternativas a la soledad, al enclaustramiento en su cabaña.
El frío, la nieve, la imposibilitaban de salir, la forzaban al recogimiento.
Hora tras hora, día tras día, entre aquellos muros que le protegían, le aislaban en su oscuro interior.
Su mirada extraviada ante el volátil fuego, sus formas caprichosas.
Algunas veces ignota del día o de la noche, siendo sus ovejas las únicas que conseguían devolverla momentáneamente a la realidad.
Lucinda se rompía paulatinamente. Sola …
A veces incapaz de concretar que le retenía viva … por qué no internarse en el corazón del hayedo, para morirse de frío o devorada por los lobos …
Todo antes que proseguir así, sintiendo como su vida se deshacía a cada momento, como su corazón estallaba, quemada por aquella soledad escalofriante …
Incesante, el viento forzaba a los árboles, un murmullo persistente de ramas agitadas, ráfagas que traían una lluvia incesante de hojas envueltas en la oscuridad, apenas delatadas por su suave golpear sobre los troncos, la choza, la tierra.
EL DOLMEN DE NEVARES
Cuando se despidieron con un abrazo, Lena sintió como su estómago se encogía involuntariamente, contemplando como la curandera se alejaba del dolmen mientras ella se quedaba atrás, en el abrazo de aquella soledad.
No solamente tuvo que luchar contra una incontenible fuerza que la impelía a correr detrás de ella …
Soterradamente, pero cada vez con mayor intensidad, Lena empezó a percibir como todos los escasos ruidos del entorno se diluían, reemplazados por un silencio creciente.
Las lajas grises de la construcción megalítica no sólo la amparaban del entorno.
También eran una puerta que ponía en contacto el cielo con la tierra, buscando en esta sus energías telúricas que se elevaban hacia las alturas.
Pero aquel silencio enervante …
Amplificado sin medida entre las lajas del dolmen.
Insidioso, se deslizaba lenta e imperceptiblemente en su interior, alteraba sus sentidos de la percepción, deformando esta del exterior, del entorno.
Lena palpitaba trémula, golpeada por aquella llamada de su corazón.
Espoleada por una desesperante necesidad de salir de allí, de correr hacia la aldea y vibrar con la presencia, el contacto de sus gentes.
La joven se sentía incapaz de resistir el zarpazo del vacío, aquella soledad total, su paulatina desconexión con respecto a la vida que bullía más allá de las frías paredes.
- Por tradición, nuestras curanderas siempre han pasado sus conocimientos a sus preferidas – las palabras de Enea hicieron que todas las miradas convergieran en
- Pero ahora todo es diferente, es totalmente erróneo pensar que sigamos las costumbres cuando nuestra situación ha cambiado así.
Las palabras de Luís no admitían réplica, pero aun así Ricardo intervino.
- Pero ¿ qué piensa Lena ?
Sus palabras sorprendieron a los participantes, que se miraron entre sí indecisos.
Lógicamente, a nadie se le ocurría proponer directamente tal solución, a pesar de estar en la mente de todos.
- Aunque mi hija estuviera de acuerdo, yo no permitiría nunca que viviera apartada de nosotros como una paria, por no decir una indeseable…
Todos comprendieron sus sentimientos, aunque otra vez volvían al mismo punto.
- No hay duda de que nos encontramos desorientados, por lo que lo mejor es darnos un tiempo de reflexión … y por otro lado, que Lena decida sin ninguna presión su decisión, aunque está claro que, si decide ser nuestra curandera, tendríamos que plantearnos nuevamente en qué circunstancias.
Las palabras de Tano conllevaron la finalización de la asamblea, aunque ahora casi todos estaban expectantes acerca de Lena, sobre quien recaía decidir.
Para los dos, el sexo carecía tanto de inhibiciones como desvaríos, de tapujos como audacias, y aún con su nula experiencia, se entregaron ansiosa y gozosamente al ardor juvenil que emanaba de sus cuerpos.
Se unían incesantemente, revolcándose sobre la hierba, a la sombra de los árboles, entre las peñas, gozando del Sol, de la lluvia.
Infructuosamente al principio, Landro pugnaba por retrasar su eyaculación, diluir sus prisas entre el gozo de abrazarla, sintiendo el calor de su cuerpo.
Una Lena jadeante gozaba de aquel miembro caliente, explosivo, de ser manoseada por unas manos tan rudas como cariñosas, de ser deseada con la fuerza y la crudeza de la necesidad, del desahogo pletórico del deseo.
Con el paso del tiempo ambos se estremecían al unísono, y sus cuerpos se conmocionaban en aquellos instantes tan pletóricos, entre los espasmos de sus orgasmos.
No, aún en esos momentos Lena no olvidaba las enseñanzas de Lucinda, y a pesar de su inexperiencia tenía cuidado de que el semen caliente del joven no se desbordase en su vagina, para prevenirse del embarazo.
Aquella relación sería corta, pues Landro y sus gentes comenzaban los preparativos de su trashumancia anual, que emprenderían antes de la llegada del invierno, para dirigirse hacia el Norte, a zonas de pastoreo de más baja altitud. Allí el Invierno era menos riguroso, y permanecerían durante unos meses, hasta que en la Primavera emprenderían nuevamente su retorno hacia los altos puertos.
Pero a lo largo del tiempo que permanecieron juntos, la relación que mantuvieron les brindó una querencia, vivenciada al llegar el momento de la separación.
semi-rizado, y unos ojos azules que atraían irresistiblemente a todas las mujeres que se encontraban a su alrededor.
Y Lena no fue una excepción.
Belenos gozaba plenamente con su vitalidad y de aquella atracción instintiva que ejercía sobre las mujeres, prodigándose sin problemas entre sus amantes, siendo igualmente diestro en no atarse con ninguna, gozando de la plenitud de aquellos años.
Cuando sus ojos se posaron en Lena, percibió algo diferente en aquella joven, y cuando ambos se miraron, los dos fueron conscientes de la atracción espontánea que ejercían el uno sobre el otro.
El lenguaje de sus cuerpos resultaba inequívoco…
La soledad del Invierno, la experiencia de su aislamiento, había contribuido a madurar notablemente a Lena, proporcionándole una personalidad más firme y segura, en la cual la dualidad entre sus inclinaciones innatas y la necesidad de sus gentes se había decantado ya claramente por las primeras.
Inevitablemente, su separación del poblado conllevaba una superación personal, una autoafirmación sin la cual le sería imposible el sobrellevar aquel tipo de vida.
Y su cuerpo, su persona, despedía esa madurez, especialmente en comparación a las demás mujeres de su aldea.
Por otro lado, la joven no era indiferente a las necesidades de su cuerpo, esperando ansiosamente la llegada de Landro para revivir el sexo, aquel nuevo mundo en el que ambos se adentraran gozosamente.
Lucinda le había enseñado las precauciones necesarias para evitar el embarazo, y no podía menos que recordarla también por ello.
La mutua atracción entre ella y Belenos se manifestó tan rápida como espontáneamente, y Lena revivía los ardores del orgasmo, del fuego que su organismo podía brindar a su ser cuando la
No lejos de la pareja, Belenos la miraba, contemplándola con sus ojos extraviados.
Apenas había consumado la unión con otra joven, con su pene aún humedecido de semen, gozando del frescor de la hierba bajo sus cuerpos, cuando contempló a Lena y Landro, atrapados por la fuerza de su cópula, salvaje y vigorosa.
El cuerpo de Belenos se inflamó, mientras su pene, disparejo de su voluntad, se erguía imparable, nuevamente ansioso de sexo, de la calidez de la carne.
Sin pensarlo, se aproximó a ellos.
Asió a Lena delicadamente, haciendo que ambos giraran hasta que Landro, unido a la joven, se quedó ahora con sus espaldas contra el menhir.
Belenos enredó sus manos entre el pelo sedoso que cubría su espalda sudorosa, besando y acariciando aquella deseada figura, deleitándose de antemano ante aquel cuerpo vibrante, pleno de vida y deseo que se le entregaba ansiosamente.
Lena se encogió, dilatando sus ojos todavía más cuando el duro miembro de Belenos la penetraba suavemente, pero su dolor incipiente se disipó enseguida, y el movimiento de los dos jóvenes colmó sus sentidos.
In crescendo, las sacudidas continuas de los orgasmos quemaban su cuerpo, y cuando el esperma de los dos jóvenes se derramaba abundantemente por todas sus entrañas, se dejó caer en los brazos del desvanecimiento.
Jadeantes, también Landro y Belenos acompañaron a Lena en su suave caída al suelo.
Unas pieles cubrieron sus cuerpos empapados de sudor, y un sueño profundo y placentero les acompañó sin descanso hasta la mañana siguiente.
Y la total dependencia y necesidad que las mujeres, en esas condiciones, tenían de las curanderas.
Toda la experiencia y saber de estas se ponía a su lado, en un esfuerzo desinteresado y altruista, para que las vicisitudes problemáticas del nuevo estado no influyeran en su salud.
Y por el contrario, también la posibilidad del aborto.
Ya fuera en caso de necesidad, si la vida o la salud de la madre estuvieran en juego, o las más de las veces motivado por la inconveniencia de la descendencia …
Aquel tiempo veraniego discurrió plácidamente. Por un lado, Nieves crecía sana y robusta, y por otro, las visitas esporádicas de Belenos colmaban su corazón. Lena, que había conseguido mentalizarse para no vagar en las sombras del futuro, gozaba de su hoy de una manera insospechada, hasta para ella misma.
Tiempo del Saúco
Belenos contempló una vez más a Lena y a Nieves, preso de las contradicciones que acongojaban su corazón en aquellos días otoñales. Una vez más, sus gentes partían hacia su morada invernal, al abrigo de las tierras más bajas, pero ahora, a diferencia de años pasados, aquellas expectativas entristecían su mente.
Se sentía incapaz de decidirse, dividido entre sentimientos dispares … Temeroso del zarpazo del Invierno sobre aquellas indefensas mujeres,
al igual que de su capacidad para residir con ellas permanentemente.
Atraído irresistiblemente por Lena, en quién valoraba especialmente que, a diferencia de algunas mujeres, no le reprochase nunca sus relaciones con otras ni que, asimismo, intentara que viviera con ella por todos los medios a su alcance.
sin mucho entusiasmo en su aplicación.
Las fuerzas de la naturaleza, del instinto, se enfrentaban a las restricciones, a los yugos que la cultura, la religión, luchaban por imponer por la fuerza del terror, por la sinrazón de las armas, especialmente en las tierras europeas allende los Pirineos.
También por unas llamas, pero muy diferentes de aquellas que invitaban al salto, a la profunda vitalidad de la existencia.
Las siniestras llamas de las hogueras quemando a personas …
Tiempo del Abedul
Aquella mañana otoñal se presentaba fría y desagradable, con un cielo plomizo descargando esporádicamente una lluvia desagradable, que golpeaba con fuerza los rostros de Luís y Tano, hasta que estos abandonaron la senda rebosante de barro, internándose en pleno monte, camino del chorco.
Ahora, sentían sus corazones espoleados por la expectativa de la caza
…
El chorco era una trampa antigua, concebida para capturar alimañas
vivas, principalmente los odiados lobos. Lo conformaba una empalizada de unos cuatro metros de diámetro, formada por troncos de faya clavados en el suelo, alzándose hasta una altura de unos dos metros y medio.
Entrelazados entre sí, permitían ver el interior, donde se alzaba otra empalizada, de unos dos metros de diámetro, de construcción semejante a la externa, mientras que un enramado, techando todo el conjunto, impedía que ningún animal grande pudiera escapar de aquella trampa.
Protegida dentro de la empalizada central se colocaba al cebo, normalmente una oveja, durante varios días. Los balidos angustiosos del animal atraían a su cazador que, buscando un acceso,
Año 1.618
Tiempo del Roble
- No, no es lo mismo … ¡ qué feliz soy cuando estoy aquí con Nieves, con Belenos, con mis padres ! … pero ahora … ¡ qué diferencia cuando voy sola ! … siento el hayedo de otra forma, mucho más intensamente, y esto sólo es posible en soledad.
Un escalofrío inconsciente recorrió su cuerpo, mientras se desplazaba por el hayal. Quizás como enfrentándose a un dilema, quizás el principio de la metamorfosis que, inevitablemente, experimentaba en determinados momentos.
- El bosque se diluye si estás con alguien … qué rara sensación, piensas, hablas con ella, y entonces los árboles son secundarios, lo primario es el contacto
El necesario contacto humano …
- En cambio, ahora yo soy una parte más, como un árbol, un helecho, un animal … siento como el bosque me va absorbiendo lenta, inexorablemente …
Difuminada entre los jirones de niebla, la impresionante faya centenaria se erguía altiva, reina incontestable del inmenso hayedo.
Del gran tronco que formaba la base del árbol brotaban media docena de vigorosos vástagos, alzándose camino del cielo, para formar una copa de unos treinta metros.
Bajo sus numerosas ramas, cubiertas de musgos y líquenes, la vida transcurría lenta, pausadamente, al tiempo que miríadas de animales disfrutaban de protección y frutos.
Lena se arrodilló ante ella.
- Oh, Ariadna, señora del bosque …
La Deidad contemplaba aquella pequeña figura a través de su hija, desde la arrogancia de sus cuarenta metros de altura.
Año 1.624
Tiempo del Abedul
Un fuerte viento otoñal azotaba las montañas, empujando las nubes colmadas de lluvia, y todo el hayedo vibraba, con el ruido que las ramas de los árboles hacían al entrechocar entre sí. Una delicada nube de hojas rojizas, producida por los remolinos de viento, caía, lenta pero constantemente sobre la húmeda y olorosa tierra.
Xuanón resoplaba, ascendiendo fatigosamente por la suave ladera, con el sudor empapando su cuerpo a pesar de la fresca temperatura imperante.
Sus ojos inquisitivos escudriñaban cuidadosamente el suelo, concentrados magnéticamente en aquellas huellas, tan claras como frescas.
Más que frescas, recientes.
Con 1,65 metros de altura, y un peso que superaba los cien kilogramos, Xuanón poseía una gran corpulencia, con unos hombros anchos que la proporcionaban una fuerza muscular extraordinaria.
Un pelo rubio y corto, por el que el sudor resbalaba pródigamente, coronaba su cabeza, grande y robusta, sobre un cuello corto y musculoso. Su nariz era grande, su mentón pronunciado, con unas cejas hirsutas coronando unos pequeños ojos azules.
Sus facciones eran toscas, con una desaliñada y fuerte barba rojiza de varios días, y sus piernas eran cortas, con una musculatura fuerte.
Su indumentaria se componía de unas toscas pieles de oso, lo cual contribuía a conferirle un hosco aspecto.
Xuanón, un hombre seguro de sí mismo y habitualmente solitario, desconocía el miedo, y era uno de los pocos capaces de deambular solo por las montañas, sin temor a las fieras.
Quizás porque las fieras constituían el centro de su vida.
Casualmente, regresaba al internado cuando la idea surgió espontáneamente.
- Claro … igual que nosotros tenemos una escuela donde nos enseñan las verdades de Cristo, esas brujas y brujos tendrán el suyo … sí, seguro que en algún sitio tienen un centro, el núcleo de sus aberraciones …
Concretó aquella idea, y despojándose de sus hábitos se entregó pacientemente a sus conchabanzas, sumergiéndose con la habilidad necesaria en aquel mundo que realizó, para su sorpresa, era menos soterrado de lo que imaginara.
Poco a poco, conseguía reunir la información que buscaba, y una sonrisa afloró a sus facciones cuando el ansiado éxito coronaba sus pesquisas.
Ahora se concentró ya en conseguir la entrevista, poniendo toda la carne en el asador, consciente de que aquella era su mejor opción para salir de Somiéu.
Los pasos nerviosos de Diego resonaban en la oscura estancia, a la espera de ser recibido por el segoviano Juan Torres de Osorio, obispo de Uviéu, que había sido nombrado recientemente.
Una dificultad más para conseguir verle, con este absorto en todas las novedades asociadas a tal cargo.
La consciencia de que posiblemente aquella entrevista marcaría el rumbo de su vida gravitaba sobre Diego, que sentía como su estómago se atenazaba bajo la tensión, vivenciando inexorablemente la necesidad de alcanzar sus objetivos.
Aún en aquel recinto secundario, el peso de aquella construcción parecía envolverle.
Todo un mundo separaba a su modesta ermita de la imponente catedral que le albergaba, empequeñeciéndole y propiciando que aflorara su inseguridad.
Una sonrisa ladina asomaba a la cara del obispo cuando miró a Diego.
- Y tú, hijo mío, ¿ qué pretendes obtener con todo esto ?
- Excelencia – la voz de Diego era firme y segura – , mi fe en nuestra religión, en las verdades de nuestro Señor … todo ello es la motivación principal que aflora en mi corazón, para luchar por erradicar totalmente esa plaga que impera en nuestras tierras, esas creencias
- Y, personalmente – prosiguió con voz humilde, sinuosa – , si después de todo su Reverendísima considerara factible que prosiguiera mi labor en alguna villa, en la cual su mayor población acrecentaría la fuerza de nuestro apostolado, mi corazón se fortalecería aún más.
Concluyendo su respuesta, Diego sintió como la tensión que le acompañara a lo largo de la entrevista se diluía repentinamente.
Un largo silencio se implantó en la estancia, cada uno sumido en sus reflexiones.
- Hijo mío – matizaba al final el obispo – , no hay duda de que tus intenciones son honestas, rectamente encaminadas a proseguir nuestra dura y difícil misión. Y, ciertamente, no careces de razón en tus planteamientos, pero por desgracia, existen muchos factores añadidos alrededor de tal propuesta, y todo ello nos induce a meditar cuidadosamente nuestros pasos, actuando con suma
Hizo una pausa, observando atentamente a Diego.
- Reflexionaré durante unos días acerca de tu propuesta, y entonces te comunicaré mi decisión. Pero en principio, sin embargo, te abstendrás de cualquier comentario fuera de aquí, de compartir tus ideas con nadie, para que nuestras tareas cotidianas transcurran sin ninguna alteración. Vete con Dios – concluía, alargando su mano para recibir el beso de
y razonable. Política, religión, ansias de poder, represiones fáciles y efectivas, guerras de clases, todo ello – y más aún – podía girar alrededor de aquellas sangrientas persecuciones, en algunos casos extremos comparables incluso a los genocidios …
Por fortuna, la situación en la península ibérica distaba mucho de la de latitudes más septentrionales, y aún con la Inquisición de por medio, las incidencias eran mínimas.
Tiempo del Serbal
La tarde cedía ante la noche, y la oscuridad invernal comenzaba a teñir con sus sombras el hayedo, cuando los golpes en la puerta del teitu provocaron primero la sorpresa, luego la inquietud entre madre e hija, afanadas en acomodar a los animales y la preparación de su cena.
- Abre, hija – la voz de Luís les devolvía la tranquilidad, y Lena desatrancaba la puerta, para abrirla
Ante sus ojos, su padre y Tano acompañaban a una anciana, atenazada por el frío a pesar del abrigo de sus pieles.
- ¡ Mahra ! – la voz de la joven reflejó tanto la sorpresa por su presencia como por el lastimoso estado que presentaba su
Esta, tras abrazar en silencio a las dos, se aproximó al llar, ansiosa del calor del fuego, y Lena no pudo menos que impresionarse ante su aspecto. La mujer jovial que conocía distaba mucho de aquella persona temblorosa, siendo claro que algo había cambiado en ella, y no solo físicamente.
Tras despedir a su padre y a Tano, que armados con sus picas regresaban rápidamente a la aldea, brindaron a Mahra ropa seca, sentándose luego todas ellas alrededor del llar, pero en vista de su visible fatiga, no indagaron acerca de su llegada sorpresiva, y comentando cosas intrascendentes, cenaron en silencio.
Año 1.626
Tiempo de la Faya EL PENTALFA
La crudeza del Invierno azotaba valles y montañas cuando Lena, tras dejar a su hija con sus padres, se adentraba en el sobrecogedor corazón del hayedo nevado, para iniciarse en una de las enseñanzas de Mahra.
Una de las más herméticas, soterradas.
Arropada por el silencio del hayal, Lena trazaba en la nieve un círculo, que acogería la figura del pentalfa que colgaba de su cuello, procediendo a dar dos vueltas a su alrededor.
Luego cerró los ojos, inspirando varias veces profundamente, sintiendo como la gelidez del aire en sus pulmones transmitía a su cuerpo un ramalazo de energía.
Lentamente, se introdujo en aquel espacio mágico, incapaz de soslayar la inquietud que acechaba a su corazón.
Instintivamente ansiosa del amparo de aquella muralla mágica, sin principio ni fin como los ciclos de la vida, que le brindaría protección, su seguridad ante las fuerzas sobrenaturales, en el caso de que los seres que invocaría con la fuerza de sus conjuros fueran hostiles con ella.
Y sobre todo, sin poder evitar el temor ante el nuevo mundo que se abriría ante ella, de las consecuencias que su poder podría acarrearle.
Cerrando sus ojos, Lena alzó sus brazos al cielo, concentrándose en percibir la fuerza de la energía que, descendiendo del cosmos, la unía con la tierra.
El tiempo discurría intemporal, mientras sentía su cuerpo vibrar ligeramente, como un extraño vacío comenzaba a adueñarse de su mente.
Nuevamente, la mirada del obispo no conseguía apartarse de las acogedoras llamas que caldeaban su despacho, pero ahora sus recuerdos se teñían de sangre y muerte, con una expresión de severidad prevaleciendo en sus facciones.
El palacete se hallaba en medio de la campiña piamontesa, en las tierras situadas al Sur de los Alpes, una región cuya importancia estratégica implicaba que cambiase de dueño fácilmente.
Los bosques que rodeaban la construcción se vestían de Invierno, con los campos cubiertos de nieve iluminados por la vigorosa fuerza de la Luna llena aquella noche del viernes, pero la gran chimenea que calentaba la amplia sala permitía que la treintena de personas que estaban en ella, hombres y mujeres de todas las edades, pudieran estar cómodamente desnudas.
Las paredes del recinto, iluminado por cirios negros, estaban adornadas por grandes lienzos, igualmente de color negro, y en una de ellas destacaba la cabeza disecada de un gran jabalí.
Sobre la cabeza de aquel animal, símbolo de agresividad, perfidia y coraje, destacaba una pequeña corona robada en una iglesia.
Pero la figura que atraía la atención de todos era la de Lucifer, situada en un pedestal.
Representado como un macho cabrío alado de color negro sentado, lucía un gran falo erecto, mientras que a sus pies se hallaba una cruz invertida, sobre un pequeño altar cubierto por un lienzo rojo.
La llegada de la medianoche señaló el momento del inicio de la celebración.
Una hermosa mujer desnuda se tendía sobre el altar mirando al techo, con sus piernas abiertas y sus brazos extendidos, sus manos sosteniendo sendas velas negras.
Año 1.627
Tiempo del Aliso
Belenos sentía como la indecisión medraba en su corazón aquella tarde invernal, contemplando el profundo color oscuro del cielo, aquellas nubes negras empujadas con fuerza por un gélido viento septentrional, todo ello pregonero de frío y nieves.
Finalmente se decidió por partir, desechando sus negros augurios, para encontrarse con Palmira, residente en un lejano caserío.
Sin embargo, se sentía confuso, incapaz de desechar un sentimiento extraño, con la luz de su tea alumbrando las zonas de umbría de la senda tapizadas de hielo.
La fuerte helada progresiva no hacía sino incrementar el peligro de una caída, forzándole a caminar con precaución
Hacia la mitad del camino, el frío era glacial, y la fuerza del viento fue aumentando su intensidad progresivamente, hasta un momento en que una ráfaga conseguía apagarle la antorcha, maldiciendo para su desesperación, pues no podía encenderla de nuevo.
Cuando, brusca y repentinamente, una intensa nevada comenzó a asolar los campos, un estremecimiento recorría su cuerpo, cada vez más tembloroso por la bajada continua de la temperatura.
Belenos presentía que la noche se estaba tornando una trampa mortal.
La cellisca, impulsada por el vendaval, golpeaba su cara, y su cuerpo comenzó a temblar ya descontroladamente, al mismo tiempo que la oscuridad total que le envolvía amedrentaba cada vez más su corazón.
Varias veces resbaló, cayéndose al suelo, mientras sus manos, cortadas por los golpes contra piedras y ramas heladas, se tornaban progresivamente insensibles, afectadas por los primeros síntomas de congelación.
Su hija era una flor de unos días, semilla de futuro, un proyecto de vivencias, una existencia a desarrollar y proteger por encima de todo.
Cuando la pequeña se despertaba, sus ojos se concentraban en las demacradas facciones de su madre, y lágrimas silenciosas acompañaban su abrazo hasta que, sin palabras, ella la separaba tiernamente.
Centelleo de escalofríos, el sesgo de aquella dicotomía arrasaba a Lena. En unas pocas horas, envejecía internamente años…
Una vida…aunque…si ella era capturada y olvidaban a Nieves … pero
… ¿ sería capaz de resistir las torturas, no delatar donde estaba su hija ?
Y cuando capturasen a Nieves …
Todos sus recuerdos acerca de las torturas y muertes se sucedían una y otra vez obsesivamente, diciéndole sin ambages que carecían de alternativas …
En un instante fugaz Lena percibió la visión, la llamada de la profundidad de la tierra, mientras un desfallecimiento profundo la envolvía, desarmándola sin piedad.